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martes, 21 de agosto de 2012

EL ESQUELETO

En la casa sólo había un cuarto al cual no podía ingresar. Los dueños -una pareja de ancianos- le dijeron a Daniela el primer día que llegó a vivir y trabajar allí, que por ningún motivo podía entrar en aquel cuarto, aunque no le dieron explicaciones de por qué no debía hacerlo.
Daniela debía encargarse de la limpieza. La casa tenía dos pisos. Cualquier parte que se mirara hablaba de lo antigua q

ue era, y a Daniela le resultaba algo intimidante, principalmente por haber visto películas de terror que transcurrían en lugares muy similares a aquel.
Además de ella y los ancianos, había otra mujer, que era la encargada de cocinar. La cocinera era tan reservada como los ancianos, por lo que Daniela ni intentó preguntarle qué había en la misteriosa habitación.
Los ancianos se la pasaban sentados en la sala, y apenas intercambiaban alguna que otra palabra; la cocinera, cuando no estaba trabajando estaba encerrada en su habitación, por eso casi siempre la casa estaba silenciosa durante el día, y al silencio del interior se sumaba la quietud de las praderas tristes que la rodeaban.
Por las noches la situación era diferente. Desde su cama, Daniela escuchaba ruidos, que a veces sonaban tan fuerte que la hacían levantarse, y con el corazón agitado asomaba la cabeza en el pasillo, sólo para no ver nada, y más asustada aún regresar a acurrucarse en la cama.

- ¿Usted no escuchó nada? - le preguntó Daniela a la cocinera durante el desayuno, la primera vez que amaneció allí. La cocinera primero untó mermelada en un pan, después, sin mirarla le contestó:
- Yo no. Estoy acostumbrada a los ruidos de la casa.
- Pero durante el día no escuché ningún ruido así.
- Si algo le molesta puede irse cuando quiera.
- No dije que me quería ir. Perdón, debe ser porque no estoy acostumbrada.

Desde esa vez Daniela no preguntó más, aunque siguió escuchando los ruidos.
Una noche, siendo temprano aún, Daniela estaba en su habitación cuando golpearon la puerta.

- ¡La cena está lista! - dijo una voz desde el Pasillo; era la cocinera.
- ¡Gracias! Ya voy - dijo Daniela, que recién había terminado de ducharse y se estaba peinando.

Al atravesar el pasillo rumbo a la cocina, cruzó frente a la puerta del cuarto prohibido, y vio que estaba entornada. Se detuvo y miró hacia ambos lados; nadie la veía. Entonces se acercó más y miró hacia adentro. La luz estaba encendida. Al asomarse más vio que sobre una cama polvorienta y sucia, conectada con la pared y el techo por innumerables telas de araña, había un esqueleto humano que, al estar recostado a unas almohadas se mantenía sentado, y también estaba cubierto por telas de araña.
Aquel descubrimiento le arrancó un grito a Daniela, y para aumentar su terror, el esqueleto giró la cabeza hacia ella y, moviendo hacia abajo y hacia arriba la mandíbula inferior, hizo castañear sus dientes. Entonces Daniela salió disparada hacia la cocina. La cocinera, deduciendo lo que había pasado, le dijo que debía marcharse inmediatamente, y que no se molestara en contar lo que había visto porque nadie le iba a creer. 


  

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